A la salida de la oficina me fui a caminar por algunos negocios y como remate fui por un par de cosas al supermercado.
Camino por entre las góndolas. Miro con cariño el caviar y sigo... Sopitas, mate cocido :P para la oficina como en las viejas épocas cuando nos daban el desayuno. Quesito gruyere, y por qué no un camembert. No había brie. Una latita de legumbres para acompañar mi arroz de cena.
Recorro velozmente las góndolas de los dos pisos del super. No agarré el carrito por pereza de pelearme con las rueditas mal alineadas. Igual, solo quería dos cosas que ya son mucho más que dos y siguen apilándose y sólo tengo dos manos. A su vez llevo una bolsita con una remera para "correr" que compré un rato antes en el shopping... Un día de estos retomo...
De pronto me cruzo con una viejita que apoyada en el carrito toma de la góndola una bolsa de dulces. Una viejita bien arreglada pero completamente encorvada y muy delgada. Sus manos temblorosas toman la bolsita de caramelos.
No sé por qué la vejez ajena me pega tan profundamente y no sin cierta angustia. Me pega la vulnerabilidad. Me pega que este no sea un país con mejor calidad de vida para todos. Que a veces todo sea tan despiadado. Que haya tanta indiferencia con el prójimo.
La imagen de la viejita fue como una foto que me siguió tan pronto como la crucé.
Seguí pensando que igual ella se valía y allá estaba. Frágil, quizás con una humilde jubilación, haciendo "las compras" de 2 o 3 cosas tambien, pero optando por llevarse un premio para más tarde. Eligiendo darse el gusto de endulzar algún momento de la noche.
Me reconfortó saber que muchas cosas se podrán perder, pero uno debería permitirse siempre, darse esos pequeños placeres que hacen que uno sea nuevamente feliz por un instante.
Del corazón al teclado
Hace 10 años.